Guayaquil, capital de la Atlántida.Apropósito del escritor Leonardo Valencia Assogna y de temas Zooreales, acabo de escribir un artículo sobre la nueva novela surrealista de este autor, donde la ciudad de Guayaquil aparece completamente sumergida (eso se llama regeneración literaria).
Confeccioné dos versiones del artículo. La más larga está bajo estás líneas. Y la otra acaba de aparecer en La Revista del diario El Universo. (Este es un
LINK a la versión electrónica publicada).
LEONARDO VALENCIA SACA A FLOTE NUEVA NOVELA(Una gran novela te captura desde el primer párrafo. Quizá desde la oración inicial. Pero hay autores que lo logran desde el título.) El libro flotante de Caytran Dölphin es el ingenioso nombre de la nueva obra del narrador guayaquileño radicado en Barcelona, Leonardo Valencia, publicada recientemente en España por la editorial Funambulista y en Ecuador por Paradiso Editores.
Antes del lanzamiento en nuestro país, Valencia recorrió el territorio ibérico presentando su libro flotante en Sevilla, Barcelona y Madrid. Tuvimos la oportunidad de entrevistarlo tras el acto en Barcelona, donde el encargado de analizar la novela fue
Marius Serra, uno de los escritores catalanes más sonados de la actualidad, autor de varias obras galardonadas, entre ellas su última novela, “Farsa”.
La intervención de Serra “comenzó por el principio”, afirmando que el libro hace gala de un inicio magistral. Y procedió él a leer a viva voz las líneas inaugurales de la historia: “Nadie lanza nunca un libro al agua. Se lo echa al fuego, se lo aprisiona en una caja, se lo entierra de pie en una biblioteca. Pero nadie lanza jamás un libro al agua. Nadie. Nunca. Jamás”. Dicho esto, el mismo Serra procedió a lanzar el libro al agua: colocó una pecera sobre la mesa, vertió en ella dos botellas y arrojó el libro, ante la mirada absorta y embelesada del propio Leonardo y de los asistentes, que colmaron la sala especial para estos actos que tiene la “Catalònia”, tradicional librería barcelonesa, ubicada en el corazón de la ciudad (y de sus habitantes).
Así pues, el libro confirmó su condición de “flotante” durante toda la presentación; después Oscar Redel, editor de Funambulista, comentaría: “flota porque está impreso en un papel finlandés, con mucho oxígeno”. Luego de la inmersión, Serra continuó analizando la novela “a profundidad”. El catalán afirmó que disertar sobre literatura es hacer “meta literatura”, pero hacerlo respecto a El libro flotante de Caytran Dölphin, es hacer “meta-meta-literatura, pues estamos hablando de un libro que habla de otro”, explicó, refiriéndose a que en esta novela el personaje narrador constantemente evoca y va reconstruyendo otra obra literaria, titulada Estuario: único libro del desaparecido y enigmático escritor Caytran Dölphin. Estuario es un libro de pensamientos, de máximas, de abstracciones puras, sin rima, sin métrica, que Valencia define como: “aforismos con la intensidad de la poesía”.
Estuario es la palabra correcta, o (más bien) universal, para referirnos a un “brazo de mar” o “estero”, como el que acordona Guayaquil: ciudad que le sirve a Valencia como escenario en esta novela. Esto es de destacar, pues la aparición de Guayaquil en la obra podría (erradamente) considerarse una contestación de Valencia a cierta polémica o forcejeo intelectual que se dio recientemente, cuando un sector de las letras guayaquileñas cuestionó la postura de Leonardo, expresada en conferencias y entrevistas, respecto a la pluralidad escenográfica que un narrador ecuatoriano podía (o incluso debía) introducir en sus obras (recordemos “El Desterrado”, su anterior novela, que transcurre en Roma). Por una cuestión de temporalidades sería imposible que se trate de una réplica a dichos comentarios, pues la novela ha estado en proceso de escritura desde el año 2000.
Valencia nos esbozó parte de su postura respecto a esta temática (ya agotada por él en su ensayo “¿Cuánta patria necesita un novelista?”, disponible en su blog:
tribuerrante.blogspot.com): “El verdadero territorio del escritor no es ni un país ni otro, es la literatura. Hay quienes defienden a capa y espada lo ecuatoriano per se, sea bueno o malo, y hay quienes en cambio solo buscan literatura afuera. Habría que conciliar esas posturas. La cuestión no debe ser sobre qué escribimos, sino cómo escribimos.” Para Valencia, lo importante no es dónde transcurran sus historias, sino procurar concebirlas desde una mirada distinta. ¿Es algo que él logra en El libro flotante de Caytran Dölphin? Creemos que sí. Ya que, si bien hemos comentado que la historia transcurre en Guayaquil, está muy lejos de ocurrir en el Guayaquil “real”, pues a Valencia el realismo no le interesa: “ni el crudo ni el mágico: creo que hay que inventar, más que copiar o retratar”, nos dice, y continua: “a veces veo demasiada imantación, demasiado correlato entre los textos literarios y la realidad inmediata y ahí la literatura pierde. Gana la realidad, pero pierde la literatura. Y de lo que se trata es de que gane la literatura”. Por eso ha querido que su nueva obra sea “expresionista, con algo de surrealismo”.
Pero El libro flotante de Caytran Dölphin no solo es surrealista, sino seductoramente surrealista. En la novela, Guayaquil ha quedado sumergida por una repentina inundación, convirtiéndose en una suerte de Atlántida o Venecia latinoamericana, en la que los edificios más altos son visibles desde los pocos territorios aún habitables: los cerros, entre ellos los que conforman las Lomas de Urdesa, barrio de singular importancia, pues ahí se encuentra asentada la comunidad de los llamados “Residentes”: los sorprendentes protagonistas de esta historia.
“Los Residentes” son familias que decidieron permanecer en sus palaciegos domicilios de Las Lomas, en vez de escapar de este Guayaquil apocalíptico. En estas lomas -que parecen saborear ese intenso fogonazo de vida y lucidez que antecede a la muerte- reside el narrador de la historia, Iván Romano, hijo de una familia judía emigrada a América, a quien veremos, con el fluctuar de las páginas, desarrollar una devoción, casi adhesiva, por los fascinantes hermanos Fabbre, alrededor de quienes también orbitarán las tentadoras hermanas Nader.
Como se percibirá, por los apellidos, los Residentes son casi una colonia de inmigrantes. Al respecto Valencia nos comenta: “A mí siempre me ha parecido interesante que en Guayaquil existe un hervidero de identidades fabuloso. Ahora se habla de los emigrantes, pero ¿y los que inmigraron a nuestro territorio? Mira el peso que tienen en la ciudad los libaneses, los españoles, los italianos, etc. Ahí hay muchas historias de desarraigo. Identidades que se cruzan y se mezclan. Pero si nuestros narradores no cambian de perspectiva no verán nunca esto. Seguirán reparando en lo mismo. Y quizás continúen haciendo ese desgastado retrato barriobajero de Guayaquil”.
Valencia nos comentó que existe una obra literaria que puede ayudar a muchos a “medirse la visión” con la que observan a Guayaquil. Se trata de una novela del norteamericano de origen alemán Kurt Vonnegut, que aunque se titula Galápagos, tiene a Guayaquil como escenario principal. En Galápagos, Guayaquil es un espacio de intersección de culturas e identidades. Se presenta como una ciudad abierta: nítidamente cosmopolita. Tal vez Leonardo Valencia al leer Galápagos se sintió como un personaje más. “Es que mi caso es un tanto curioso: mi padre es cuencano y mi madre es italiana. Quizás soy un guayaquileño atípico. O quizás el más típico”, nos dice. (Y a esto hay que agregar que Leonardo vivió unos años en Quito y en 1993 partió hacia Lima, donde permaneció hasta 1998, cuando viajó a Barcelona, donde reside desde hace 8 años). De modo que no es casual su fijación por la idea del movimiento, que queda clarísima si reparamos en cómo ha titulado sus libros: La luna nómada, El desterrado, El libro flotante de Caytran Dölphin, en los tres títulos encontramos adjetivos que colindan con la idea de lo errante, peregrino, merodeador.
La Luna Nómada es un elogio al movimiento. No sólo porque los escenarios narrativos de sus cuentos van desde Cuba e Italia a Ecuador, sino porque Valencia ha tomado una decisión editorial que redondea el concepto del libro: no existe una edición canónica ni definitiva, pues en cada reedición (ya van 3) el autor cuela nuevos relatos. Un dato curioso es que en la 3ra edición (Paradiso editores, 2004), Valencia incluye una nota “Postscriptum” donde apunta que “queda pendiente el interesante reto de una novela que pudiera ampliarse en cada reedición”. Y hay algo de eso en El libro flotante de Caytran Dölphin, ya que el autor, junto al programador informático y poeta mexicano Eugenio Tisselli, han creado el sitio web
www.libroflotante.net en el que los “lectonautas” (como denomina Valencia a los lectores de Internet) pueden comentar los fragmentos de Estuario, distorsionarlos o crear nuevos aforismos, que serán tan apócrifos como los aparecidos en la novela, pues Estuario es un libro inaccesible en su versión original. Además, como dice la introducción de
libroflotante.net: “Un estuario, a fin de cuentas, es una entrada en tierra firme de un mar que se ramifica en distintos canales que fluyen en dos direcciones: pleamar y bajamar. Al final, aunque separados, todos los estuarios están conectados entre sí, y todos forman parte del mismo mar narrativo”.
Así pues, mientras muchos ya navegan hacia esta web flotante, Leonardo pone la mirada en un puerto: Guayaquil, donde está por estas fechas, promocionando la edición ecuatoriana de su libro, publicada por Paradiso Editores, gracias a una sana rebeldía de Valencia, que no consintió que la editorial española tenga también los derechos para el mercado ecuatoriano. “Creo que es responsabilidad del escritor ecuatoriano apoyar a la industria editorial nacional y no dejar que quede aplastada por el poderío editorial español. Esto es básico, porque sino desaparecerían nuestras editoriales y con ellas nuestra literatura”, nos dice Leonardo, quien apunta además que “con una edición local los precios de los libros son afines a la economía del lector”. Quizás la sapiencia en el tema le vega del postgrado en Edición que estudió a su llegada a Barcelona y que precedió al Doctorado en Teoría de la Literatura que cursó posteriormente en la Universidad Autónoma de dicha ciudad, donde actualmente es profesor y director del Programa de Escritura Creativa; trabajo que entrelaza con su oficio de escritor y eventuales tareas de traducción.
Así transcurre la vida del Leonardo Valencia de hoy, entregado por completo a su vocación; atrás quedó ese estudiante de Leyes que desahogaba su creatividad laborando en agencias publicitarias. Aquello constituyó el prólogo de la historia de alguien que dejó todo por contar historias. Es que al parecer a Valencia la literatura se le ha vuelto un vicio, quisiéramos pensar que tan difícil de dejar como el tabaco, si consideramos que, mientras encendía el sexto cigarrillo de la velada, nos comentó sus proyectos futuros: una nueva novela, ahora ambientada en Perú; un ensayo narrativo sobre la Costa Brava catalana, para el cual piensa recorrerla a pie de un extremo a otro y lo próximo que espera publicar: un libro de ensayos literarios, con un título que por su inmovilidad zarandeará a muchos: Flechas clavadas.